lunes, 27 de enero de 2014

Reflexiones post-función

Te preparas desde cuatro meses atrás, dejas de salir los viernes y los sábados, y por qué no uno que otro domingo. Dejas de tomar y empiezas a comer sano.
Tus sábados empiezan a las siete de la mañana con un baño, seguido de media taza de avena y una manzana. Para así empezar a las nueve el calentamiento de lo que parece ser un prometedor ensayo. Así te la vives entre puntas y pies desnudos, entre ampollas y moretones, entre ballet y algo que te gustaría darle el nombre de contemporáneo.
Entre las doce y las dos y media vas saliendo del ensayo cansada y con sólo dos opciones: intentar recobrar tu vida social o hacer tarea, por que aún tienes que ir a la escuela, lo cual te recuerda que tristemente no eres una bailarina profesional. El resto de la semana pasa casi desapercibido, fuera de las clases de ballet, que es lo único o casi lo único que vale la pena.
Cuatro meses de tu vida le has dedicado a esta función, sin contar los ya más de quince años que llevas bailando desde aquel primer día a los cuatro años cuando entraste por primera vez a un salón de ballet. Ni los siete que llevas desde que te pusiste por primera vez tus propias puntas (digo propias, por que la primera vez las puntas no eran tuyas y esa experiencia para una bailarina o al menos para ti fue tan memorable como su primer beso ).
Estás a una semana y los ensayos aumentan, sales tan cansada que ni siquiera logras llegar a tiempo a la escuela, ni ir a todas tus clases.
Empieza el estrés: las mallas que aún no compras, las redes que pueden romperse, el gel que nunca usas, las cintas, el miedo a que las puntas se venzan, o peor aún el miedo a una lesión en vísperas de la función.
Todo resulta... hasta que estás en el escenario: las caídas, los tropiezos, las cintas desamarradas, olvidar la coreografía (no todo te pasa a ti ni sólo a ti, claro está). En general la primera función queda más como un último ensayo, sólo que esta vez con público. Las funciones van mejorando y en un abrir y cerrar de ojos estás en la última función y no te queda de otra mas que dar el todo por el todo. Bailas, disfrutas, sonríes y de pronto todo ha terminado. Es fugaz el momento en que te encuentras familiares y amigos para terminar con un sentimiento de soledad inigualable. Es la soledad del artista, el silencio después de la algarabía y es en ese momento donde te das cuenta que todo ha terminado...

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