viernes, 28 de noviembre de 2014

Viajando

Y de qué sirve la vida, sino para vivirla, para viajar, para reír , para soñar y en especial para hacer locuras, porque la vida no es para esperar el momento adecuado, porque es algo tan frágil, tan volátil, tan inesperado que no podemos gastar ni un segundo en algo que no valga la pena, ni tampoco esperar a que sea mañana para vivir. Cuando uno realmente vive un día parecen dos y una semana parece un mes y cuando te das cuenta nada es como era antes y tú no eres esa persona que hace dos semanas se despedía de su cuarto pasando los últimos momentos entre esas cuatro paredes qur nunca volverás a ver y sabes que ha sido lo mejor. Aunque no sabes lo que pasará mañana ni lo que te espera, sabes que todo pasa por algo, que todo vale la pena y que quiera que no eres afortunado y el destino siempre ha estado de tu lado y lo agradeces porque no todos pueden vivir esto y menos de una forma tan intensa como tú lo has vivido. Hoy por la tarde te espera una nueva ciudad, un nuevo hostal al que por una semana llamarás hogar, para después empacar tus maletas y partir a un nuevo lugar, porque quedarse mucho tiempo en un lugar sólo vale si tienes que trabajar, pero para luego viajar. Porque para eso tenemos piernas y brazos y ojos y cada paso nos lleva a un lugar más hermoso.

lunes, 27 de enero de 2014

Reflexiones post-función

Te preparas desde cuatro meses atrás, dejas de salir los viernes y los sábados, y por qué no uno que otro domingo. Dejas de tomar y empiezas a comer sano.
Tus sábados empiezan a las siete de la mañana con un baño, seguido de media taza de avena y una manzana. Para así empezar a las nueve el calentamiento de lo que parece ser un prometedor ensayo. Así te la vives entre puntas y pies desnudos, entre ampollas y moretones, entre ballet y algo que te gustaría darle el nombre de contemporáneo.
Entre las doce y las dos y media vas saliendo del ensayo cansada y con sólo dos opciones: intentar recobrar tu vida social o hacer tarea, por que aún tienes que ir a la escuela, lo cual te recuerda que tristemente no eres una bailarina profesional. El resto de la semana pasa casi desapercibido, fuera de las clases de ballet, que es lo único o casi lo único que vale la pena.
Cuatro meses de tu vida le has dedicado a esta función, sin contar los ya más de quince años que llevas bailando desde aquel primer día a los cuatro años cuando entraste por primera vez a un salón de ballet. Ni los siete que llevas desde que te pusiste por primera vez tus propias puntas (digo propias, por que la primera vez las puntas no eran tuyas y esa experiencia para una bailarina o al menos para ti fue tan memorable como su primer beso ).
Estás a una semana y los ensayos aumentan, sales tan cansada que ni siquiera logras llegar a tiempo a la escuela, ni ir a todas tus clases.
Empieza el estrés: las mallas que aún no compras, las redes que pueden romperse, el gel que nunca usas, las cintas, el miedo a que las puntas se venzan, o peor aún el miedo a una lesión en vísperas de la función.
Todo resulta... hasta que estás en el escenario: las caídas, los tropiezos, las cintas desamarradas, olvidar la coreografía (no todo te pasa a ti ni sólo a ti, claro está). En general la primera función queda más como un último ensayo, sólo que esta vez con público. Las funciones van mejorando y en un abrir y cerrar de ojos estás en la última función y no te queda de otra mas que dar el todo por el todo. Bailas, disfrutas, sonríes y de pronto todo ha terminado. Es fugaz el momento en que te encuentras familiares y amigos para terminar con un sentimiento de soledad inigualable. Es la soledad del artista, el silencio después de la algarabía y es en ese momento donde te das cuenta que todo ha terminado...